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Ajouté le 28 nov. 2004

De “TeVenautas” a las “ciudades flotantes” en un viaje de dos décadas


Arturo Carrión invariablemente se las arregla para sorprendernos; acaso porque, siendo la suya una obra estéticamente impecable y de consistente y diáfano lenguaje plástico, su perseverante creatividad siempre lo encamina por derroteros que denotan magníficamente lo que en filosofía se conoce como “diversidad en la unicidad” (que en el arte visual equivaldría a “variedad en la unidad”). En esta ocasión, fiel a su preceptiva estética, pero actualizado tecnológicamente, digamos que corriendo a la par de los tiempos, nos deslumbra con una obra que tiene su esencia germinal en algo que el artista estuvo experimentando dos décadas atrás. Conociendo su filosofía, ahora robustecida, nos permitiremos referirnos a ese material como “creación integral”, en el sentido de que involucra, interpretándolas y expresándolas, todas las potencialidades mentales humanas: el instinto, la emocionalidad y la razón (de alguna manera, en términos de la filosofía práctica, la ética, la estética y la lógica y, acaso también, ¿por qué no?, a propósito de las tres grandes parcelas de los trajines humanos, la sociología (dentro de ésta la política), el arte y la ciencia.
Caminemos un poco con Arturo esa larga ruta que nos deja ante una obra que, aun si engendrada en un cierto pretérito, hoy se presenta tan vigorosamente contemporánea como esplendorosa.
Arturo Carrión nació en Maturín, Estado Monagas, Venezuela, hace 59 años, estudió formación artística, pintura y escultura, en la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas de Caracas; Expresión Corporal en el Ateneo de Caracas; Visión y Color, en el IVIC (por convenio con la EAP Cristóbal Rojas); Historia de la Pintura Venezolana, en la UCV; y Comunicación Audiovisual en la Universidad Simón Bolívar. Actualmente reside en Santiago de Compostela (si bien, por los momentos, trabaja en Las Islas Canarias), España, dedicado totalmente a la creación en el arte.
Desde muy temprano en su vida Arturo se dejó llevar en alas de dos significativos principios enaltecedores de la existencialidad: la finitud, con la cual ha cabalgado su discurrir de trotamundos iconoclasta, de hacedor de historias tangiblemente visuales; y, paradójicamente –en el otro extremo dialéctico–, la infinitud, la cual atesora sus miedos, sus pasiones, sus utopías y sus realidades, las mismas que inevitablemente lo conducen a un “borderline” más bien fluctuante. Acaso, sin embargo, el motor que mueve su ímpetu creador.
A partir de los 70´s del siglo pasado, con el advenimiento de los nuevos recursos y tecnologías que invadieron la cotidianidad de la sociedad de su tiempo, Carrión comenzó a indagar en torno a la conducta humana y los nuevos hábitos desde diversos ángulos. Empezó a entender el concepto de aldea global en la práctica diaria, a través de los medios masificadores como la prensa escrita, la radiofonía, la televisión, la telefonía, la comunicación satelital y la innovación de los “mass-media” mediante la Internet.
Entrados los años ochenta, observó el comportamiento social emplazado o dirigido, básicamente, a la recepción visual incondicional de lo que Marshall Mc Luhan denominó por entonces “La caja boba”. En esa época (1976-1990), la obra de Arturo estaba alineada con los criterios del constructivismo dinámico; buscaba la interacción con el espectador a través del color, el espacio tridimensional, los volúmenes y la perspectiva, con mucha incidencia entre la luz y las sombras. Cabe destacar que tal desarrollo lo realizaba expresándose en tres disciplinas estético-visuales más bien convencionales: la pintura, la escultura y la fotografía.
A partir de 1990 comenzó a desarrollar una pintura más libre, cargada de gestos, “dripping”, y, en fin, abundante dibujo espontáneo. Intentaba con ello crear un lenguaje inclinado a lo cotidiano y provocador, con cierto soslayo hacia la denuncia, apoyándose en la imagen de los televisores de la época. Convirtió el esquema del aparato telerreceptor en el elemento en el cual el espectador pudiera verse a sí mismo en su propia mansedumbre adictiva. Realizó entonces alrededor de 150 obras, entre las cuales hubo pinturas, esculturas bifrontales-tridimensionales y dibujos trabajados con acrílicos sobre papel favriano; todo ello en un concierto de serie titulado “Serie TeVenautas”.
Hacia 1994 retomó la expresión constructivista, pero con visiones muy particulares sobre la geometría y la mitología desarrolladas en todo el arte precolombino, valiéndose de los recursos que le brindaban las nuevas tecnologías informáticas. Comenzó a mezclar todos estos elementos dentro de esquemas muy geométricos, apoyándose en el color plano, el espacio y los volúmenes.
A partir de 2003 Carrión fue eliminando todos estos elementos y profundizó su visión sobre el plano pictórico, convirtiéndolo en una especie de plano sensible a los sentimientos humanos, la soledad del ser, la soledad de los objetos, etc. En esa época (2003-2009) ya residente en Galicia, y la incidencia del entorno, de su atmósfera, fue factor en el cariz cromático que adquirieron las obras, con recurrencia en adelante de una paleta cargada de ocres, sepias y azules profundos. La obra, que se tornó acaso abrumada, pero a la vez serena, jugaba con perspectivas axiales sin puntos de fuga; todos los elementos, los gestos, “drippings”, textos, flotaban en una dimensión indefinida, en que se convocaba al espectador a navegar tales espacios. No le ofrecía ningún mensaje: el mensaje era… él mismo.
En 2009 Arturo retomó sus conceptos geométricos, basando la obra, tanto la bidimensional como la tridimensional en las figuras del cubo y el cilindro, utilizando variadas herramientas (como aerógrafos, colores planos y ordenadores o computadoras) con lo cual obtuvo excelentes resultados. Antes, en 1999, ya en Europa, había comenzado a investigar sobre la obra Gicleé, a partir de los tanteos que estaba realizando en Norteamérica el mítico músico Graham Nash con la impresora Iris. Realizó diversas series, las cuales le aportaron valiosos conocimientos sobre esta novedosa técnica, imprimiendo sobre papeles especiales tipo museo y lienzos de altísima calidad, en que el uso de los ordenadores, con programas específicos de imagen, permitía obviar los instrumentos tradicionales como pinceles, brochas y lápices, etc. Ello propició la creación de excelentes obras pictóricas digitales. Estas experiencias con el Giclee las aplicó en su totalidad en la obra comprendida entre 2008 y la actualidad, con proyectos muy importantes en obras tridimensionales de carácter cívico.

A mediados de 2012, trabajando en su taller de Santiago de Compostela, Arturo Carrión se reencontró con unas imágenes de esas obras, más bien unos dibujos-apuntes, elaborados a color, de mediano formato, de la serie “TeVenautas” y, después de observarlos detenidamente, se le despertó una antigua inquietud. Renovada su curiosidad, sintió que había allí algo inconcluso. Se percató entonces de que en algún momento de su proceso creativo, quién sabría por qué, había interrumpido algo importante, aquel dialogo estético y conceptual con esas obras, y de que aún tenía bastante que indagar y que decir en ese contexto y a propósito de esa temática. Se le hacía presente de nuevo lo trascendente que han sido los medios audiovisuales en los cambios conductuales humanos entre finales del siglo XX y lo que va del XXI.

En junio de 2012 Arturo tuvo que trasladarse a Tenerife y allí, desde diciembre de ese mismo año, retomó las imágenes encontradas poco antes en su taller; se propuso madurar la idea y profundizar más en el tema, lo que lo ha portado, no a ver la televisión, sino a dejarse llevar en la visualización de otros medios de trasmisión visual como, por ejemplo, Google Earth, la fotografía cenital y de picado, lo satelital, etc. A partir de eso, comenzó a experimentar sobre el tema, para darse cuenta, sin embargo, de que, habiendo transcurrido cerca de 20 años del inicio de aquellas búsquedas, la cotidianidad, aceleradamente cambiante, del planeta, ha dado lugar a que aparecieran conceptos que han trastocado la laxitud de aquellos últimos años del siglo XX. Ese “darse cuenta” es parte importante de la reinterpretación estética y del nuevo abordaje plástico del tópico. En estas formidables piezas está el resultado.

Figuran y fulguran en tales creaciones, si bien mimetizados en los dinámicos elementos de expresión que pone a jugar Arturo, nociones y términos especializados como biodiversidad, ecología, células madres, medio ambiente, clonación, capa de ozono, cambio climático, descongelamiento de glaciares, cibernautas, internautas, en fin. Todo ese cúmulo de disciplinas, conceptos y visiones afloraron en su momento en el consciente del artista, quien empezó a trasladar tales elementos, ya incorporados como valores conceptuales de su estética visual, a la tela, fue así cómo, por ejemplo, los televisores de antaño fueron transmutándose, convirtiéndose surrealistamente en espacios de carácter habitable, flotando sobre manchas de colores, hasta convertirse en ciudades flotantes, donde se percibe el agotamiento del planeta que nos dio vida; donde las aguas se funden con la tierra, consumiendo cualquier vestigio humano en su faz. ¿Es una visión catastrofista del futuro… o simplemente un sueño más de la creativa cuanto lacerante imaginación del artista?

De todo eso se trata esta muestra. De un reencuentro con una inquietud y un lenguaje postergado. En esta exposición, de unas 18 obras de pequeño y mediano formato, Arturo marca un hito, un paréntesis en su obra actual (toda la que tiene que ver con los tubulares, Khromakinesis, Levitables, etc.), y nos entrega, como hemos dicho, el expediente de la reivindicación de un entonces truncado propósito creativo sobre aquella serie que en ese entonces, como hemos dicho, denominó "TVnautas". Las obras de aquellos tiempos, realizadas tanto en pintura como en esculturas bifrontales en madera policromada, fueron todas vendidas, pero, curiosamente, nunca expuestas. Tal vez éste sea su momento.

Zoilo Abel Rodríguez

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